Cuando la hija menor de Rosa, Emily, tenía sólo 7 años, desarrolló una rara enfermedad, una forma de osteoporosis y artritis juvenil que la dejó incapacitada y hospitalizada durante meses. El estado de Emily no hizo más que empeorar a medida que sus médicos probaban diferentes terapias, pero los medicamentos eran limitados en Puebla (México), lugar donde vivían. Si Emily quería mejorar, necesitaría tratamiento en los Estados Unidos.
Por suerte, Emily y sus dos hermanos habían nacido en Estados Unidos y su padre aún vivía allí. Siendo ciudadanos, podían reunirse con él y Emily podía recibir ayuda.
Pero Rosa tuvo que quedarse en Puebla.
Hoy, mientras su hija sigue luchando con problemas de salud crónicos, Rosa sigue en México. Hace casi una década que no vive en el mismo país que sus hijos. Ha solicitado visados destinados específicamente a extranjeros para visitar a familiares enfermos, pero no ha tenido éxito. Finalmente, Rosa se trasladó a Ciudad Juárez, una ciudad ubicada en la frontera entre Estados Unidos y México, para estar lo más cerca posible de su familia.
En Ciudad Juárez es también el lugar donde Rosa descubrió su vocación. Al darse cuenta de que había miles de personas como ella que se esforzaban por cruzar la frontera—muchos de ellos solicitantes de asilo que huían de la violencia y la persecución—decidió que dedicaría el tiempo lejos de su familia para ayudar.
En la actualidad, Rosa labora como trabajadora social y dirige un "hotel filtro" apoyado por el Comité Internacional de Rescate y la Organización Internacional para las Migraciones. Es un refugio que permite a los solicitantes de asilo y a los migrantes pasar la cuarentena del COVID-19 mientras reciben servicios sociales. A continuación, Rosa describe su viaje y su trabajo.
Un llamado a servir a los demás
He estado muy desesperada, muchas veces, muchas veces. Sé lo que se siente cuando tus sueños se ven completamente aplastados cada vez que solicitas un permiso y tratas de estar con tu familia.
Siempre traté de aferrarme a mi fe en Dios—soy una mujer de fe—y creo que él me llamó a hacer este trabajo. Me recordó que, sobre todo, había mucha gente en la frontera que estaba pasando por lo mismo que yo.
Sabes, a veces digo: "Dios me lo dijo". Y la gente dice: "¿Te envió un WhatsApp? ¿Un correo electrónico? ¿Cómo te lo dijo?"
En mi caso, pasó hace tres años, cuando Emily tuvo que operarse de la cadera; fue una operación muy complicada. Solicité estar con ella, pero me lo negaron. Estaba desesperada. Dije: "llévenme con grilletes, escóltenme, hagan lo que tengan que hacer, pero quiero estar con mi hija. Ella necesita a su mamá".
Intenté en Tecate, Tijuana, Baja California y Rosarito, pero Dios me cerró todas las puertas. No pude ir a Estados Unidos y entonces me vine aquí, a Juárez.
Cuatro meses después, conocí al pastor Alfonso Murguía, representante de la Organización Mundial de la Paz en Chihuahua, que trabaja con migrantes en la frontera. Empecé a trabajar con él, y eso me abrió esta enorme oportunidad de trabajar dentro de mi propia comunidad.
Por mi historia, puedo decir que entiendo lo que han vivido. No porque me lo hayan contado, sino porque yo también lo he vivido.
Comprometida al "100%" durante el COVID
Nadie sabía lo que iba a pasar cuando llegó el COVID-19. En un momento dado, me encontré en mi apartamento preguntándome: "¿Qué voy a hacer aquí sola durante tantos meses?".
Entonces, mientras estaba en una reunión con varias agencias humanitarias, me pidieron que trabajara en el hotel filtro. No sólo estábamos en medio de una pandemia, sino que estábamos en una ciudad fronteriza y la gente iba a seguir llegando. Dije que, si me comprometía, me comprometía al cien por ciento, y me iba a vivir allí, me hacía cargo del lugar y estaba presente, dedicada en cuerpo, alma, todo.
Tuvimos que crear todo desde cero. Al principio, estaba allí hasta las tres de la mañana porque era la única que hacía el trabajo administrativo.
Hoy en día, el hotel filtro permite a los inmigrantes estar en cuarentena durante 14 días. Durante ese tiempo, ofrecemos apoyo psicosocial y jurídico, comida, revisiones médicas, pruebas de COVID-19 y actividades recreativas para los niños.
El equipo ha aprendido a cuidarse mutuamente. Creo que esto tiene mucho que ver con el sentido de compañerismo que todos tienen porque, al fin y al cabo, somos migrantes que sirven a otros migrantes.
Un día le dije a Dios: "Me hiciste madre y me quitaste a mis hijos". Y él me respondió: "Yo estoy cuidando de los tuyos, y tú cuidando de los míos".
Cada habitación tiene una historia
Mis hijos han podido visitarme aquí. A Emily le encanta repartir donativos. Y uno de los recuerdos más claros que tengo de este año es el de mi hijo, Iván, repartiendo bandejas de comida en febrero bajo la nieve. Me hizo sentir la madre más orgullosa porque todos mis hijos hicieron el trabajo con mucho amor.
Cada habitación del hotel tiene una historia. Había una mujer a la que considero mi hija. Había estado secuestrada por un cartel durante un año y ocho meses. Terminó formando parte del personal, y fui testigo de la forma en que floreció. Verla repartir comida con una sonrisa de oreja a oreja era indescriptible. Todavía me llama y me dice "¿Cómo estás, mamá?".
Un día le dije a Dios: "Me hiciste madre y me quitaste a mis hijos". Y él me respondió: "Yo estoy cuidando de los tuyos, y tú cuidando de los míos".
Los retos y peligros son constantes
Como migrante sé perfectamente que cuando dejamos la comodidad de nuestros hogares, no lo hacemos porque queremos. Los retos y los peligros son constantes. Muchos se aprovechan de la gente. Los engañan, sufren todo tipo de abusos: financieros, físicos, psicológicos.
Todo el mundo viene aquí con un sueño. Por desgracia, no todos tienen la fortuna de vivir una historia feliz. He visto a muchas personas salir de aquí incompletas: han perdido una pierna o una mano en su viaje. Vuelven a su país mutilados, no sólo el cuerpo, sino también el alma. Sé de parejas en las que sólo uno regresa porque el otro se perdió en la ruta; ni siquiera pudieron encontrar sus cuerpos en el desierto.
Estar expuesto, sufrir, nadie elige eso.
Dejando una huella
La gente está aquí (en el hotel filtro) durante muy poco tiempo. Las posibilidades de que nos recuerden son escasas. Pero creo que somos un punto de cambio. Llegan y muchos exclaman: "¡Una cama!". Nunca han dormido en una cama. Otros dicen: "Oye, nunca he comido tres veces al día, me estás engordando".
He tenido una experiencia acogedora en Juárez. Creo que eso es parte del viaje, llegas a un lugar que todo el mundo ve como un desierto, pero existe la posibilidad de ver un hermoso amanecer.
Ese es nuestro objetivo: dejar una huella, una buena huella en todas y cada una de las personas que pasan por aquí.